E l tiempo pasa inexorablemente. No se detiene. Ni siquiera con cremas ni inyecciones se evita el envejecimiento de la piel. El paso de los años se evidencia en todo el cuerpo. Ella no sería la excepción.
Ver la juventud de sus hijas mientras su cuerpo iba decayendo fue demasiado para ella. No estaba acostumbrada a ser la segunda a la que admiraban. Sus carnes, en otro tiempo fuertes, ahora eran fofas como gelatina, además plagada de celulitis. Y muchas arrugas. El cabello no estaba gris, pero de la hermosa cabellera que fue un día, ya no quedaba rastro. Estaba débil y sin brillo.
Blanca evitaba mirarse al espejo, pues no le gustaba lo que veía. No era superflua, sabía que era inevitable y que se acostumbraría, pero le estaba costando. Cuando Marta, su vecina, le comentó que su esposo Juan, un reconocido farmaceuta, estaba trabajando en la vacuna antivejez, no dudó en servir como conejillo de indias.
Así que hoy asistiría a la cita.