…Y la tierra no se abrió
Cuando hacíamos alguna travesura, decíamos una grosería o dañábamos algo, mi mamá no nos castigaba, solía pegarnos con un rejo de vaca -le decíamos El Peludo- que siempre estaba escondido. Si lo encontrábamos, mi hermana o yo, El Peludo terminaba misteriosamente en el techo de la casa o en el solar de algún vecino.
Bueno volvamos al cuento inicial, cuando veíamos que venía mi mamá con El Peludo salíamos corriendo a unas velocidades dignas marcadoras de récords. Cómo no podía alcanzarnos, mi mamá y mi grupo familiar, empezaron a decir que hace mucho tiempo una niña que estaba corriendo de su mamá se le abrió la tierra y quedó con más de la mitad del cuerpo enterrado.
No la podían sacar, estaba literalmente atrapada. Allí le tenían que llevar la comida y alimentarla. Si sus familiares intentaban quitar la tierra, con una escardilla alrededor, salía sangre y la muchacha lloraba de dolor. Así que se tenía que quedar allí por siempre.
Cuando murió el cuerpo fue sacado sin ningún inconveniente. Yo intentaba no correr paralizada por el miedo, pero el dolor que causaba El Peludo era el clic que te hacía correr.