Siete pecados: La envidia
E l tiempo pasa inexorablemente. No se detiene. Ni siquiera con cremas ni inyecciones se evita el envejecimiento de la piel. El paso de los años se evidencia en todo el cuerpo. Ella no sería la excepción.
Ver la juventud de sus hijas mientras su cuerpo iba decayendo fue demasiado para ella. No estaba acostumbrada a ser la segunda a la que admiraban. Sus carnes, en otro tiempo fuertes, ahora eran fofas como gelatina, además plagada de celulitis. Y muchas arrugas. El cabello no estaba gris, pero de la hermosa cabellera que fue un día, ya no quedaba rastro. Estaba débil y sin brillo.
Blanca evitaba mirarse al espejo, pues no le gustaba lo que veía. No era superflua, sabía que era inevitable y que se acostumbraría, pero le estaba costando. Cuando Marta, su vecina, le comentó que su esposo Juan, un reconocido farmaceuta, estaba trabajando en la vacuna antivejez, no dudó en servir como conejillo de indias.
Así que hoy asistiría a la cita.
—Debes llegar temprano, hay muchas personas interesadas y un límite para el estudio—, le comentó su amiga.
Llegó antes de las 6:00 am. En la sala había como 30 mujeres. Era evidente que el espacio del laboratorio se había quedado pequeño.
Se acercó a la secretaria y dijo su nombre:
—Blanca Morales, tengo cita hoy.
—Sra Morales, por favor llene el formulario y firme el acuerdo de confidencialidad anexo—le contestó la secretaria.
Después de medio día le tocó su turno. Allí Juan, con un abogado, le explicó la importancia de su investigación. Hizo énfasis en que no debía comentar nada con nadie, ni siquiera con su esposo o su madre. Por eso la firma de la cláusula de no difusión de información, procedimiento ni resultados.
—Si se da a conocer el medicamento—, dijo él— su precio sería astronómico y no podría disfrutar de la juventud soñada.
Según lo que pudo entender de Juan, quien se hacía llamar el Científico de la eterna juventud, la investigación requería extraer colágeno de un cuerpo joven para transferirlo al mayor. Este procedimiento generaría elementos que potenciarían la juventud. Cada paciente debía buscar su donante y luego de una docena de sesiones ya podría ver los resultados.
—¿Y cómo es la extracción?—, preguntó Blanca.
—No puedo dar detalles del procedimiento—, contestó algo irritado Juan —Mira Blanca, tú tienes dos hijas. Les diste tu vida, toda tu juventud. No sería justo de su parte no apoyarte en tu bienestar, que es el bienestar de toda la familia— replicó. —¿Has visto cómo se ha rejuvenecido Marta? Y apenas lleva cinco sesiones— insistió Juan.
—La verdad luce muy bien— contestó Blanca. Pensaba que la foto de su perfil había sido retocada con Photoshop. Aunque para sus adentros se preguntó: «¿quién sería su donante pues Marta no tenía hijos?».
—En cuanto al precio te podemos aceptar pagos por sesión para que te sea más fácil— recomendó el científico.
—Gracias, Juan. Ya tengo todo bajo control— contestó Blanca. Los relojes que le había regalado su esposo servirían para las primeras sesiones. Total, nunca los usaba.
Esa noche se sentó a ver una película con sus hijas. Ellas eran tan jóvenes y su piel tan lozana. El maquillaje en sus ojos se veía perfecto, en cambio en los suyos era como manchas en un papel arrugado. Mientras se trataba de convencer a sí misma:
«—Realmente les di toda mi juventud, un poco de ellas no me hará mal».
«—Quisiera volver a mis 20s. Podía usar mis faldas cortas y mis escotes sin que se notara que la gravedad había tenido sus efectos».
Quería ser como ellas. Lo haría, definitivamente. Mañana pediría una cita para su primera sesión.
El día de la sesión le comentó a su hija mayor que irían a que le hiciera una transfusión de su sangre. Pero que no le debía comentar nada a su papá. En el recorrido al laboratorio Alejandra, estuvo haciéndole cientos de preguntas:
—Mamá, ¿estás enferma?, ¿por qué una transfusión? No tengo problema en ayudarte, pero sabes cómo me aterran las agujas. ¿Por qué no le cuentas a papá?—insistía su hija.
Entraron a una especie de quirófano con dos camas una al lado de la otra. El sitio no era muy limpio como era de esperarse. Al lado donde se acostó Alejandra había una máquina con una bandeja y unas cuchillas filosas.
—El procedimiento consiste en raspar la capa más profunda de la piel y procesarla con otras proteínas para reinyectarla en el cuerpo envejecido— explicó Juan.
Alejandra comenzó a llorar mientras la intentaban sujetar.
—Si quieres la podemos dormir— sugirió Juan.
Blanca se dio cuenta que todo había llegado muy lejos así que volteó la mesa de una patada, agarró a su hija y salieron corriendo del lugar. Mientras le pedía perdón por su envidia y por haberla puesto en esa situación.